Desde que planificamos nuestro viaje mochilero por América se nos ocurrió la idea de montar la carpa en medio de la fina arena blanca del archipiélago de Los Roques, Venezuela, y pasar unos días rodeados del mar cálido y transparente que baña sus costas, los manglares que habitan sus islas y también estar alumbrados por las noches sólo con la luz de la luna. Así, cuando arribamos a la ciudad de Caracas, sacamos los tickets aéreos hacia Gran Roque, la isla más grande de este paraíso tropical, y decidimos cumplir nuestro deseo.
El plan a seguir a continuación era simple, sólo teníamos que aprovisionarnos de todos los elementos necesarios para el campamento: comida enlatada, bidones de agua de 5 litros, protector solar y repelente. Además debíamos avisarles a los guardaparques (el archipiélago es un parque nacional) ya que ellos emiten los permisos para acampar en las playas, y rentar una lancha para que nos traslade hacia el cayo elegido por nosotros. Seguimos todos los pasos al pie de la letra y nos dirigimos, al día siguiente, hacia el cayo “Noronquí”.
Las aguas azules cristalinas del Caribe
Una pequeña extensión de arena blanca habitada por manglares, lagartijas y pelicanos, rodeada de un mar donde a simple vista se pueden apreciar sus distintas tonalidades de azul y verde hasta fundirse con la costa en su transparencia, y un sol implacable que recaía continuamente sobre nuestros hombros, nos recibieron de la mejor manera en este cayo. La idea de estar en el paraíso por unos días se hizo realidad y nos propusimos disfrutar al máximo de la soledad y de la posibilidad de tener esta porción de terreno para nosotros solos por unos días.
Con el paso del tiempo, las horas de disfrute se mezclaron con las horas de agobio por el calor del sol, que no pudimos aplacar ni refrescándonos continuamente en el mar cálido que nos rodeaba. Sin embargo, al llegar la noche, la luna nos regaló un hermoso marco para descansar y respirar un poco de aire fresco.
Nuestra estadía en este paraíso estaba pactada por dos días completos. El horario de retirada para que nos pasara a buscar la misma lancha que nos trajo hasta el cayo lo habíamos pactado para las 16 horas. Cumplido el plazo y satisfechos del sol y de esta magnífica playa, la tarde en que debíamos partir de regreso al “Gran Roque”, esperamos con total seguridad a que el lanchero cumpliera su palabra y el horario, ya que nos habíamos quedado sin más agua potable y sin comida.
Sin embargo, el tiempo pasaba y los ruidos de lancha no se escuchaban ni cercanos dentro de este bello horizonte. Ante este panorama, las ideas de un posible naufragio comenzaron a pasar por nuestras cabezas. No veíamos para nada conveniente el hecho de pescar con una madera convertida en lanza ni tampoco sacarnos la sed tomando agua salada del mar, por lo que empezamos a preguntarnos: “¿Dónde carajo está el lanchero?”.
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